Madrigal Exaltado

¡Dies irae, dies illa!
¡Solvet seclum in favilla
cuando quema esa pupila!
La tierra se vuelve loca,
el cielo a la tierra invoca
cuando sonríe esa boca.
Tiemblan los lirios tempranos
y los árboles lozanos
al contacto de esas manos.
El bosque se encuentra estrecho
al egipán en acecho
cuando respira ese pecho.
Sobre los senderos, es
como una fiesta, después
que se han sentido esos pies.
Y el Sol, sultán de orgullosas
rosas, dice a sus hermosas
cuando en primavera están:
¡Rosas, rosas, dadme rosas
para Adela Villagrán!

Rubén Darío



Margarita

¿Recuerdas que querías ser una Margarita
Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,
cuando cenamos juntos, en la primera cita,
en una noche alegre que nunca volverá.

Tus labios escarlatas de púrpura maldita
sorbían el champaña del fino baccarat;
tus dedos deshojaban la blanca margarita,
«Sí… no… sí… no…» ¡y sabías que te adoraba ya!

Después, ¡oh flor de Histeria! llorabas y reías;
tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;
tus risas, tus fragancias, tus quejas, eran mías.

Y en una tarde triste de los más dulces días,
la Muerte, la celosa, por ver si me querías,
¡como a una margarita de amor, te deshojó!


Rubén Darío

A Casta

 Tu aliento es el aliento de las flores;
tu voz es de los cisnes la armonía; 
es tu mirada el esplendor del día,
y el color de la rosa es tu color. 

 Tú prestas nueva vida y esperanza 
a un corazón para el amor ya muerto; 
tú creces de mi vida en el desierto 
como crece en un páramo la flor.


Gustavo Adolfo Bécquer

XLI

Tú eras el huracán, y yo la alta 
torre que desafía su poder. 
¡Tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser! 

Tú eras el Océano; y yo la enhiesta 
roca que firme aguarda su vaivén:
¡Tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser! 

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados 
uno a arrollar, el otro a no ceder; 
la senda estrecha, inevitable el choque... 
¡No pudo ser!



Gustavo Adolfo Bécquer


Las gracias de la que adora son ocasión de que viva y muera al mismo tiempo

Esta color de rosa, y azucena,
y este mirar sabroso, dulce, honesto,
y este hermoso cuello blanco, inhiesto,
y boca de rubís y perlas llena;

   la mano alabastrina que encadena
al que más contra Amor está dispuesto;
y el más libre y tirano presupuesto
destierra de las almas, y enajena.

   Era rica y hermosa primavera,
cuyas flores de gracias y hermosura
ofendellas no puede el tiempo airado.

   son ocasión que viva yo y que muera,
y son de mi descanso y mi ventura
principio y fin, y alabo del cuidado.

Francisco de Quevedo




Compara a la hiedra su amor, que causa parecidos efectos, adornando el árbol por donde sube y destruyéndole

   Esta yedra anudada que camina
y en verde laberinto comprende
la estatura del álamo que ofende,
pues cuanto le acaricia, le arruina,

   Si es abrazo o prisión, no determina
la vista, que al frondoso lago atiende:
el tronco sólo, si es favor, entiende,
o cárcel que le esconde y que le inclina.

   ¡Ay, Lisi!, Quién me viere enriquecido
con alta adoración de tu hermosura,
y de tan nobles penas asistido,

   pregunte a mi pasión y a mi ventura,
y sabrá que es prisión de mi sentido
lo que juzga blasón de mi locura.

Francisco de Quevedo



A Filis, que suelto el cabello lloraba ausencias de su pastor

   Ondea el oro en hebras proceloso;
corre el humor en perlas hilo a hilo;
juntó la pena al Tajo con el Nilo,
éste creciente cuanto aquél precioso.

   Tal el cabello, tal el rostro hermoso
asiste en Fili al doloroso estilo,
cuando por las ausencias de Batilo,
uno derrama rico, otro lloroso.

   Oyó gemir con músico lamento
y mustia y ronca voz tórtola amante,  
amancillando querellosa el viento.

   Dijo: «Si imitas mi dolor constante,
eres lisonja dulce de mi acento;
si le compites, no es tu mal bastante».

Francisco de Quevedo