El busto de nieve

De amor tentado un penitente un día
con nieve un busto de mujer formaba,
y el cuerpo al busto con furor juntaba,
templando el fuego que en su pecho ardía.
Cuanto más con el busto el cuerpo unía,
más la nieve con fuego se mezclaba,
y de aquel santo el corazón se helaba,
y el busto de mujer se deshacía.
En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!
siempre se une el invierno y el estío,
y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.
Así te pasa a ti, corazón mío,
que uniendo ella su nieve con tu fuego,
por matar de calor mueres de frío.

Amar y querer

A la infiel más infiel de las hermosas
un hombre la quería y yo la amaba;
y ella a un tiempo a los dos nos encantaba
con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,
queriéndola, su aliento emponzoñaba,
yo de ella ante los pies, que idolatraba,
acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecia;
mintió a los dos y sufrirá el castigo
que uno la da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo:
él, que sólo la quiso, la desprecia;
yo, que tanto la amaba, la maldigo.

Al bello sexo argentino

Tal como mira tras borrasca fiera
el triste navegante
aparecer el sol sobre la esfera,
y al mugidor océano en un instante
restituirle la calma placentera;
tal, argentinas bellas, os miramos
derramando consuelos
sobre los que, ya libres, habitamos
la tierra más amada de los cielos.

El campeón patrio, que en feroz milicia
pasó sus verdes años;
el ministro imparcial de la justicia;
el sabio que destruye los engaños,
consagrados tal vez por la malicia;
el mercadante activo y afanoso,
todos, todos, oh bellas,
a vuestro lado olvidan deleitoso
penas a un tiempo y la memoria de ellas.

La juventud se agolpa a vuestros pasos,
y, ciega, arrebatada,
cae en los blandos amorosos lazos
en que se engríe de mirarse atada,
Os formó el mismo Amor; y los abrazos
de la diosa sin par de la hermosura,
con otras tan ingrata,
colmaron de belleza y de ternura
a las hijas del Río de la Plata.

Cual camina la luna majestuosa,
derramando fulgores,
del mismo modo la argentina hermosa
marcha serena derramando ardores;
pues le dieron con mano bondadosa
Venus sus ademanes expresivos,
los amores su risa,
las gracias sus picantes atractivos,
y el pudor sonrosado su divisa.

Buenos Aires soberbio se envanece
con las hijas donosas
de su suelo feliz; y así parece
cual rosal lleno de galanas rosas
que en la estación primaveral florece.
Todas son bellas, y la mano incierta
que a la flor se adelanta,
una entre mil a separar no acierta
entre la pompa de la verde planta.

¿Cuál es el pecho de metal formado,
cuál corazón de peña,
que al mirar expresivo y pasionado,
al suavísimo hablar de una porteña,
puede permanecer desamorado?
¡Hijas del primer pueblo americano!
Ostentad vuestra gracia,
y cesen ya de presumir en vano
las bellezas de Georgia y de Circasia.

¿Qué queréis? ¿Queréis templos en que vamos
a dar adoraciones
a vosotras, ¡oh, diosas!, que admiramos?
Vuestros altares son los corazones,
nuestro incienso el suspiro que exhalamos,
nuestros votos amor. Y ¡cuántas veces
serás afortunado
mortal, que el pecho a la argentina ofreces,
si la argentina te llamó su amado!

Mas no sola en vosotras la belleza,
porteñas adorables,
ha querido copiar naturaleza;
porque, para formaros más amables,
ha llenado vuestra alma de grandeza.
En vosotras, unida la hermosura
al sentimiento, al genio,
domináis en nosotros por ternura,
domináis en nosotros por ingenio.

Vuestra imaginación, cual vuestro río,
ensanchada, atrevida,
corre con impetuoso señorío
sin que pueda mirarse contenida.
Aumentad vuestro hermoso poderío
con los adornos útiles del alma;
y goce a vuestro lado
el tumulto de amor, la dulce calma,
a un tiempo el amador embelesado.

Adiós, hermosas de la patria mía.
¡Feliz, feliz mi verso
si pudiera lograr que en algún día
llenara vuestro nombre el universo!
Y sí lo llenará. La luz que envía
al anchuroso mundo el sol benigno
es de todos loada,
aunque en labio y en metro menos digno
llegue a ser por alguno celebrada.

Cruz Varela

Amor Salvaje

¡Ah, qué nidada de caricias salvajes descubrí!
Guardadas en tu bosque desde el alba del mundo,
esperaban la mano que llegara a arrancarlas,
la mirada que las volcara sobre tus venas todas,
el temblor que iniciara tu espasmo y tu locura.

Vaivén en tus pupilas despertadas,
ojos que danzan al ritmo de los hombros,
larga piel en su raíz estremecida,
la ansiosa estalactita del deseo,
caracol que se incrusta en las orejas;
tus ojos súbitos, terribles. ¡Ah tus ojos!
Y locura, embeleso y más locura.

¡Pantera que se escapa, cervatilla rendida,
la sierpe envolvente de tus brazos,
abrazo de mil lianas zarpadoras,
largo césped donde los senos nacen,
ensenada candente de los muslos,
playa con la blanca tersura de tu vientre.
Y locura, ternura y más locura.

Cadencia resonante de músicas selváticas,
tambor noctambulario suena sobre tu espalda,
la flauta imperceptible del suspiro,
largos gemidos de destrozados labios,
y el grito sempiterno tan guardado,
al fin la noche rompe en agudos pedazos.
Y locura, cadencia y más locura.

Cavernas, grutas, lagos, musgos leves;
hongos colgantes, zarzas en tu boca;
frutos ignotos, zumos descubiertos;
mieses en la alborada, sed que ya se apaga;
venas que se rebelan, sangre libertada;
yegua ululante, jinete que espolea.
Y locura, locura y más locura.

¡Ah qué nidada de caricias salvajes descubrí!
¡Y qué voces intactas en tus prístinos fondos!
¡Y qué flores que se abren al tacto de mis manos!
Salvaje mía; ¡ámame así, envuélveme en tu bruma!
¡Y bebamos del manantial de esta locura primitiva!