Al bello sexo argentino

Tal como mira tras borrasca fiera
el triste navegante
aparecer el sol sobre la esfera,
y al mugidor océano en un instante
restituirle la calma placentera;
tal, argentinas bellas, os miramos
derramando consuelos
sobre los que, ya libres, habitamos
la tierra más amada de los cielos.

El campeón patrio, que en feroz milicia
pasó sus verdes años;
el ministro imparcial de la justicia;
el sabio que destruye los engaños,
consagrados tal vez por la malicia;
el mercadante activo y afanoso,
todos, todos, oh bellas,
a vuestro lado olvidan deleitoso
penas a un tiempo y la memoria de ellas.

La juventud se agolpa a vuestros pasos,
y, ciega, arrebatada,
cae en los blandos amorosos lazos
en que se engríe de mirarse atada,
Os formó el mismo Amor; y los abrazos
de la diosa sin par de la hermosura,
con otras tan ingrata,
colmaron de belleza y de ternura
a las hijas del Río de la Plata.

Cual camina la luna majestuosa,
derramando fulgores,
del mismo modo la argentina hermosa
marcha serena derramando ardores;
pues le dieron con mano bondadosa
Venus sus ademanes expresivos,
los amores su risa,
las gracias sus picantes atractivos,
y el pudor sonrosado su divisa.

Buenos Aires soberbio se envanece
con las hijas donosas
de su suelo feliz; y así parece
cual rosal lleno de galanas rosas
que en la estación primaveral florece.
Todas son bellas, y la mano incierta
que a la flor se adelanta,
una entre mil a separar no acierta
entre la pompa de la verde planta.

¿Cuál es el pecho de metal formado,
cuál corazón de peña,
que al mirar expresivo y pasionado,
al suavísimo hablar de una porteña,
puede permanecer desamorado?
¡Hijas del primer pueblo americano!
Ostentad vuestra gracia,
y cesen ya de presumir en vano
las bellezas de Georgia y de Circasia.

¿Qué queréis? ¿Queréis templos en que vamos
a dar adoraciones
a vosotras, ¡oh, diosas!, que admiramos?
Vuestros altares son los corazones,
nuestro incienso el suspiro que exhalamos,
nuestros votos amor. Y ¡cuántas veces
serás afortunado
mortal, que el pecho a la argentina ofreces,
si la argentina te llamó su amado!

Mas no sola en vosotras la belleza,
porteñas adorables,
ha querido copiar naturaleza;
porque, para formaros más amables,
ha llenado vuestra alma de grandeza.
En vosotras, unida la hermosura
al sentimiento, al genio,
domináis en nosotros por ternura,
domináis en nosotros por ingenio.

Vuestra imaginación, cual vuestro río,
ensanchada, atrevida,
corre con impetuoso señorío
sin que pueda mirarse contenida.
Aumentad vuestro hermoso poderío
con los adornos útiles del alma;
y goce a vuestro lado
el tumulto de amor, la dulce calma,
a un tiempo el amador embelesado.

Adiós, hermosas de la patria mía.
¡Feliz, feliz mi verso
si pudiera lograr que en algún día
llenara vuestro nombre el universo!
Y sí lo llenará. La luz que envía
al anchuroso mundo el sol benigno
es de todos loada,
aunque en labio y en metro menos digno
llegue a ser por alguno celebrada.

Cruz Varela