Garabato

Con un trozo de carbón
con mi gis roto y mi lápiz rojo
dibujar tu nombre
el nombre de tu boca
el signo de tus piernas
en la pared de nadie
En la puerta prohibida
grabar el nombre de tu cuerpo
hasta que la hoja de mi navaja 
sangre
   y la piedra grite
y el muro respire como un pecho...

Octavio Paz


¡Ah! vastedad de pinos...

¡Ah! vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, 
lento juego de luces, campana solitaria, 
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca, 
caracola terrestre, en ti la tierra canta!

En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye 
como tú lo desees y hacia donde tú quieras. 
 Márcame mi camino en tu arco de esperanza 
y soltaré en delirio mi bandada de flechas. 

En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla 
y tu silencio acosa mis horas perseguidas, 
y  eres tú con tus brazos de piedra transparente 
donde mis besos anclan y mi húmeda ansia unida. 

¡Ah! tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla 
en el atardecer resonante y muriendo! 
Así, en horas profundas sobre los campos he visto 
doblarse las espigas en la boca del viento. 

Pablo Neruda

Otras Canciones a Giomar (Fragmento)

I

¡Sólo tu figura, 
como una centella blanca, 
en mi noche oscura! 

¡Y en la tersa arena, 
cerca de la mar, 
tu carne rosa y morena, 
súbitamente, Guiomar! 

En el gris del muro, 
cárcel y aposento, 
y en un paisaje futuro
con sólo tu voz y el viento; 

en el nácar frío
de tu zarcillo en mi boca, 
Guiomar, y en el calofrío
de una amanecida loca; 

asomada al malecón
que bate la mar de un sueño, 
y bajo el arco del ceño
de mi vigilia a traición, 
¡siempre tú! 
         Guiomar, Guiomar, 
mírame en ti castigado: 
reo de haberte creado, 
ya no te puedo olvidar


V

Te pintaré solitaria
en la urna imaginaria
de un daguerrotipo viejo 
o en el fondo de un espejo, 
viva y quieta, 
olvidando a tu poeta.

Antonio Machado

El amor que calla

Si yo te odiara, mi odio te daría 
en las palabras, rotundo y seguro; 
pero te amo y mi amor no se confía 
a este hablar de los hombres, tan oscuro. 

Tú lo quisieras vuelto en alarido, 
y viene de tan hondo que ha deshecho 
su quemante raudal, desfallecido, 
antes de la garganta, antes del pecho. 

Estoy lo mismo que estanque colmado 
y te parezco un surtidor inerte. 
¡Todo por mi callar atribulado 
que es más atroz que el entrar en la muerte!


Gabriela Mistral

El arroyo.

¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena...
Fluía triste y triste como un llanto de ciego
cuando en las piedras grises donde arraiga la pena
como un inmenso lirio se levantó tu ruego.

Mi corazón, la piedra más gris y más serena,
Despertó en la caricia de la corriente, y luego
Sintió cómo la tarde, con manos de agarena,
Prendía sobre él una rosa de fuego.

Y mientras la serpiente del arroyo blandía
El veneno divino de la melancolía,
Tocada de crepúsculo me abrumó tu cabeza,

La coroné de un beso fatal, en la corriente
Vi pasar un cadáver de fuego... Y locamente
Me derrumbó en tu abrazo profundo la tristeza.

Delmira Agustini.

Una vez, érase que se era...

Una vez, érase que se era... 

Érase una niña bonita. 
Le decían todos ternezas 
y le hacían dulces halagos. 
Tenía la niña una muñeca. 
Era la muñeca muy rubia 
y su claro nombre Cordelia. 
Una vez, érase que se era... 

La muñeca, claro, no hablaba, 
nada decía a la chicuela. 

”¿Porqué no hablas como todos 
y me dices palabras tiernas?”
La muñeca nada responde. 
La niña, enojada, se altera. 
Tira la muñeca en el suelo 
y la rompe y la pisotea. 
Y habla entonces por un milagro, 
antes de morir la muñeca: 
”Yo te quería más que nadie, 
aunque decirlo no pudiera.”
Una vez, érase que se era...

Ramón Pérez de Ayala

Vivir

Lleva el placer al dolor
y el dolor lleva al placer;
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!

Esfinge de forma rara
que no deja ver la cara…;
más yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.

Ángel Ganivet

Ya duermen en su tumba las pasiones...

[...]Ya duermen en su tumba las pasiones
el sueño de la nada;
¿es, pues, locura del doliente espíritu,
o gusano que llevo en mis entrañas?
Yo sólo sé que es un placer que duele,
que es un dolor que atormentado halaga,
llama que de la vida se alimenta,
mas sin la cual la vida se apagara.[...]

Rosalia de Castro

El amor de los amores I

I

¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti ¡dulce amor mío!
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?...

A Ti, sin nombre para mí en la tierra,
¿cómo te llamaré con aquel nombre,
tan claro, que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por esta sierra?

¿Cómo sabrás que enamorada vivo
siempre de ti, que me lamento sola
del Gévora que pasa fugitivo
mirando relucir ola tras ola?

Aquí estoy aguardando en una peña
a que venga el que adora el alma mía;
¿por qué no ha de venir, si es tan risueña
la gruta que formé por si venía?

¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales
todos en flor, y acacias olorosas,
y cayendo en el agua blancas rosas,
y entre la espuma lirios virginales?

Y ¿por qué de mi vista has de esconderte?
¿Por qué no has de venir si yo te llamo?
¡Porque quiero mirarte, quiero verte
y tengo que decirte que te amo!

¿Quién nos ha de mirar por estas vegas
como vengas al pie de las encinas,
si no hay más que palomas campesinas
que están también con sus amores ciegas?

Pero si quieres esperar la luna,
escondida estaré entre la zarza-rosa,
y si vienes con planta cautelosa
no nos podrá sentir paloma alguna.

Y no temas si alguna se despierta,
que si te logro ver, de gozo muero,
y aunque después le cante al mundo entero,
¿qué han de decir los vivos de una muerta?

Carolina Coronado

Con Once Heridas Mortales.

Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin aliento
y perdida la batalla,

manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencido
y deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos
y armaduras destrozadas.

Y por una oculta senda
que el Cielo me depara,
entre sustos y congojas
llegar logré a Villacañas.

La hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,
me ofreció su hogar, su lecho
y consuelo a mis desgracias.

Registróme las heridas,
y con manos delicadas
me limpió el polvo y la sangre
que en negro raudal manaban.

Curábame las heridas,
y mayores me las daba;
curábame las del cuerpo,
me las causaba en el alma.

Yo, no pudiendo sufrir
el fuego en que me abrazaba,
díjele; "Hermosa Filena,
basta de curarme, basta.

Más crueles son tus ojos
que las polonesas lanzas:
ellas hirieron mi cuerpo
y ellos el alma me abrasan.

Tuve contra Marte aliento
en las sangrientas batallas,
y contra el rapaz Cupido
el aliento ahora me falta.

Deja esa cura, Filena;
déjala, que más me agravas;
deja la cura del cuerpo,
atiende a curarme el alma.

Ángel de Saavedra, Duque de Rivas

Presa soy de vos solo y por vos muero

Presa soy de vos solo y por vos muero
(mi bella Luz me dijo dulcemente),
"y en este dulce error y bien presente,
por vuestra causa sufro el dolor fiero.

"Regalo y amor mío, a quien más quiero,
si muriéramos ambos juntamente,
poco dolor tuviera, pues ausente
no estaría de vos, como ya espero.”

Yo, que tan tierno engaño oí, cuitado,
abrí todas las puertas al deseo,
por no quedar ingrato al amor mío.

Ahora entiendo el mal, y que engañado
fui de mi Luz, y tarde el daño veo,
sujeto a voluntad de su albedrío.

Fernando de Herrera

Arder en viva llama

Arder en viva llama, helarme luego,
mezclar fúnebre queja y dulce canto,
equivocar la risa con el llanto,
no saber distinguir nieve ni fuego.

Confianza y temor, ansia y sosiego,
aliento del espíritu y quebranto,
efecto natural, fuerza de encanto,
ver que estoy viendo y contemplarme ciego;

la razón libre, preso el albedrío,
querer y no querer a cualquier hora,
poquísimo valor y mucho brío;

contrariedad que el alma sabe e ignora,
es, Marsia soberana, el amor mío.
  ¿Preguntáis quién lo causa? Vos, Señora.

Eugenio Gerardo Lobo

La Gitanilla

Cuando Preciosa el panderete toca 
y hiere el dulce son los aires vanos, 
perlas son que derrama con las manos; 
flores son que despide de la boca.

Suspensa el alma, y la cordura loca, 
queda a los dulces actos sobrehumanos, 
que, de limpios, de honestos y de sanos, 
su fama al cielo levantado toca.

Colgadas del menor de sus cabellos 
mil almas lleva, y a sus plantas tiene 
Amor rendidas una y otra flecha.

Ciega y alumbra con sus soles bellos, 
su imperio amor por ellos le mantiene, 
y aún más grandezas de su ser sospecha.

Miguel de Cervantes

La Noche es una Mujer Desconocida

Preguntó la muchacha al forastero:
—¿Por qué no pasas? En mi hogar
está encendido el fuego.

Contestó el peregrino: —Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.

Ella, entonces, echó cenizas sobre el fuego
y aproximó en la sombra su voz al forastero:
—¡Tócame! —dijo—. ¡Conocerás la noche!

Pablo Antonio Cuadra

Ocurre a veces

Ocurre a veces
en las calladas horas de la noche,
al filo mismo de la madrugada,
tras el telón caído de la euforia y del vino.
Unos ojos parpadean, se abren,
nos miran con su última transparencia
y un instante a nuestro lado
su doloroso transcurrir, su apretado paisaje de ternura
muestran, como un mendigo o un esclavo,
la humillada quietud de su tristeza.
Entonces, cuando no hay una sola palabra que decir,
con la avidez que lleva en sí lo fugitivo,
besar, unirse en la húmeda tibieza,
en empapada, áspero de arcilla de otra boca,
donde nada al fin y todo nos pertenece.
Después, igual que el viento
agitando fugaz unas cortinas
la claridad de la mañana nos muestra,
desvelar un instante en la memoria
aquello que una noche, una mirada,
la destruida posesión de unos labios, nos dio.
Lo que ahora ciego tropieza, resbala
por la gastada pared del corazón,
aferrándose terco hacia la muerte,
desplomándose sordo hacia el olvido.

Juan Luis Panero

En tus mejores años

Cuando te veo ahora en tus mejores años
con toda la belleza de una copa de vino,
brillándote en los ojos el deseo y las noches
estrelladas de agosto, imagino ese invierno
en que, vieja y cansada, te entregues al recuerdo.

He querido llegar antes que tú a ese día.
Y revivir los tiempos en que tú levantaste
de esta ruina una casa, plantaste en ella higueras,
y alimentaste fuegos que a todos nos hicieron
imaginar una vida muy lejos de los muertos.

Ya ves que ahora han llegado, siniestros, silenciosos.
Por eso tu poeta ha venido contigo
a recorrer de nuevo nuestras amadas ruinas,
si ayer fue tu risa, hoy será tu silencio,
cuando, vieja y cansada, de nada sirve el sueño.

Andres Trapiello

Lo que vale una vida

Estoy en esa edad en la que un hombre quiere,
por encima de todo ser feliz, cada día.
Y al júbilo prefiere la callada alegría
y a la pasión que mata, la renuncia que hiere.

Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa

-cada vez menos tiempo para las mismas cosas-
y elegir las que valen una vida: las rosas
y los libros de versos, y el viaje la casa.

Hasta ahora he vivido perdido en el mañana

-seré, seré, decía- o en el pasado-he sido
o pude ser, pensaba- y el mundo se me iba.

Ahora estoy en la edad en la que una ventana

es cualquier aventura, y un regalo el olvido.
Ya no quiero más luz que tu luz mientras viva.

Rafael Juarez

Cabo Sounion

Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.


Serán memoria y piel de mi presente

o sólo humillación, herida intacta.


Pero al correr del tiempo,

cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.
Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir;
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo.



Luis García Montero

Confesiones

Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.

Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.

Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.


Luis García Montero